Bienvenidos.

Sonrisas que iluminan mundos sin saberlo.

Copa de Sake

Su figura tirada en el suelo saltaba a la vista. La tarima de madera desentonaba con su palidez y su extraña postura. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Quizás de miedo; tal vez de sorpresa. Algo alejado de él, la copa de sake descansaba tirada, vacía. Ella había sido el único testigo de aquel fatal desenlace.

O quizás no el único.

La mirada de Verónica aún se dirigía hacia la mesa en la que hasta hace poco él estaba sentado, sin mirar hacia el cuerpo del fallecido. No podía. Su mente plagada de miles y miles de pensamientos de todo tipo la mareaban, pero lo que más le dolía era aquella voz que había nacido como un mero susurro de sus entrañas y ahora retumbaba contra las paredes del cráneo.

“Tu culpa, tu culpa” Y ciertamente, era su culpa. Ella había llenado las copas. No sabía quién iba a morir, nunca quiso planearlo. Pero ahora sabía que quería morir ella, y no había sido así. ¿Por qué? Por alguna razón que desconocía la copa llena de veneno había ido a parar a las manos de ÉL.

Y ahora estaba muerto. Para siempre. Por su culpa.

Cuando aquellas personas desconocidas, tan lejanas a ella, entraron en la estancia no se acordaba de haber llamado a la policía, aunque efectivamente lo había hecho. No se movió, no dijo nada hasta que la levantaron de la silla e intentaron alejarla de él. De repente, la realidad de lo que había hecho, de lo que sus ojos presenciaban cayó sobre ella como una losa.

Los que lo vieron afirman que fue en el momento de dirigir sus ojos hacia el cuerpo, y así fue. Su mirada perdió el brillo de vida por un momento, para revivir con otro distinto a los pocos segundos. Un brillo de locura. ¿Enloqueció de dolor? ¿De culpa? Quizás de ambas cosas.

Abrió la boca y gritó su nombre; la gente se tapó los oídos, algunos salieron de la casa, otros intentaron callarla. Un sonido desgarrador y agudo, gritos de palabras sin sentido y delirios de otra época. La habían perdido. Se había perdido en los recuerdos.

Luchó por llegar hasta el cuerpo de su amado, pidiendo perdón. “¡Tomás! ¡¡Tomás!! ¡Yo no sabía…!¡No fue mi culpa!¡¡No quedaba otra opción!! ¡Desde que nació todo fue de mal en peor!!” Y de repente callaba y volvía a empezar “¡¡Fue tu culpa!! ¡¡Te odio!!” Y se reía de forma macabra. Otras sollozaba con un agudo dolor en el pecho “Te amo… Te amo… No deberías haber muerto tú. Yo no quería esto… Tomás… ¿por qué? ¿Por qué?”

Cuando los médicos la agarraron para intentar llevársela de allí luchó, gritó, pataleó, sollozó. Su mirada de loca abrumada por la culpa y el dolor. Su corazón encogido al verle a él sin vida. El hombre que amaba, la razón de su existencia. E intentaba convencerse de que no había sido su culpa, que no quedaba otra opción. Y deseaba con todas sus fuerzas que fuese un sueño, un sueño más en un día más, como otro cualquiera. Quería ver su rostro dormir plácidamente, como siempre que velaba sus sueños. Quería saber que estaba a punto de volver del trabajo y sobre todo quería arreglar las cosas, y decirle una vez más ese te amo que hace tanto que no pronunciaba.

Pero no había marcha atrás, por mucho que ella quisiese y ya nunca volvería a verle.

1 comentario:

  1. OH un relato macabro, y algo depresivo. AL final quería suicidarse y terminó fue en un martirio mucho peor que la muerte misma.

    Cruel pero real.

    From the King of the Underworld.
    Laharl the awesum

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