Bienvenidos.

Sonrisas que iluminan mundos sin saberlo.

"El desencanto lo empapó".

El desencanto lo empapó.

Ella dio otra calada al cigarrillo y sonrió lentamente. Todo aquello, desde la mala iluminación del bar hasta la copa que tenía delante le sabía a amargura. Sus labios rojos eran amargos también, pero sus ojos parecían más bien ácidos. Una acidez que ahora se dirigía a él.

-Así que... -las palabras se le atoraron en la garganta. Así que, ¿qué? Así que, ¿esto es en lo que te has convertido?, ¿es mi culpa? Así que ¿qué? ¿Así que ya no odias los labios pintados de rojo, ni el olor del tabaco?

Sintió su mirada de reojo. Él miró su copa de vermú, tan elegante y tan manchada con el espectro de su pintalabios. No es que no se atreviese a enfrentarla. Es que no quería.

-Así que has terminado la carrera, ¿eh? -al final, fue ella la que empezó la conversación. Como siempre.

-Sí. Sí, la he terminado. Aunque para lo que ha servido... No he encontrado ni un maldito trabajo.

-Bueno, tampoco es que hoy día haya mucho trabajo para nadie. No es una sorpresa.

¿Se habría dado cuenta ella de sus manos temblorosas?, ¿del sudor frío que recorría su espalda? Así que, ¿esto es culpa mía? ¿Por qué ahora eres así? 

-Ya, pero aun así, la esperanza es lo último que se pierde -se encogió de hombros, en un gesto demasiado artificial incluso para él.

Ella sonrió de nuevo de esa forma algo escalofriante, bastante melancólica. A él el corazón se le encogió un poco. Así que, ¿eres feliz? Pero no se atrevió a preguntarlo. En parte porque sospechaba la respuesta, en parte porque la pregunta le parecía estúpida. Sobre todo si la formulaba él.

Estaban solos en el bar. El camarero había ido a la trastienda hace rato, y el último cliente había salido tambaleándose en su propio drama, indiferente al que ellos estaban viviendo. Ella se removió en su asiento. Hacía rato que su copa estaba vacía. Así que, ¿qué es de ti?

-El otro día me compré ese libro que tanto te gustaba, el de Kafka.

-Ah, ¿metamorfosis?

Ella asintió y le observó fijamente antes de hablar.

-Es asqueroso.

Había una nota de humor (de humor oscuro) en su voz.

Cuando la conoció, ella no era así. Cuando se despidieron tampoco era igual que como cuando la conoció. Pero, aun así, había cambiado desde entonces (un cambio que no sabía si le gustaba). Al principio era ingenua. Deliciosamente ignorante del dolor, estúpidamente idealista y romántica. Cuando se despidieron ya no era exactamente ingenua. Entonces le pareció más fuerte, más decidida. Alguien realista, pero, aun así, alguien positivamente feliz.

Así que, ¿por qué ahora pareces tan escéptica?

-Bueno, es lo que buscaba él, supongo.

-No creo. Creo que solo quería mostrar las cosas como eran.

¿Desde cuando entiendes el mundo como algo asqueroso?

Inspiró hondo.

Ella calló.

¿Qué te ha pasado?

-Yo he leído a Bécquer.

Una chispa en sus ojos.

-¿A Bécquer?

-Sí. Y a Jane Austen.

Una carcajada seca.

-¿Tú, a Jane Austen? ¿Por qué?

Por qué, buena pregunta. Se encogió de hombros.

-Curiosidad, supongo.

-¿Y te gustó?

-Para nada, la verdad.

-Típico en ti.

Era incómodo. Por un momento, ambos se removieron en sus asientos. De repente, él quería irse. Así que, ¿por qué eres así? No va a preguntarlo. Lo sabe. No puede evitar preguntarse qué esperaba de todo aquello. De quedar con ella después de tres años. ¿Esperaba ver a la chiquilla que había sido?, ¿esperaba disculparse y que todo fuera como antes? Había estado mucho tiempo sin pensar en ella, ni en su sonrisa sincera y amable, ni en su ingenuidad. No había pensado en su amor por Chopin ni en sus abrazos ni en nada. Pero entonces un día vio aquel libro de Jane Austen en una librería y se lo compró. Todo en el libro le recordó a ella. Y la llamó.

Menuda estupidez.

-Oye, mira, no es que no me alegre de verte- ella lo miró irónica, como si él no fuera a notar que todo aquello le parecía una estupidez-, pero no entiendo por qué me llamaste. Después de tantos años, ¿qué es lo que quieres?

-Tampoco han sido tantos años.

-Los suficientes.

Suspiró y se reclinó hacia atrás. La silla chirrió en protesta. El camarero había vuelto a su puesto detrás de la barra, pero no les hacía caso. Estaba tan absorto intentando descubrir todos los cambios en ella que ni siquiera se había dado cuenta de la pareja que se había sentado un poco más alejados, ni de el pequeño grupo de hombres que hablaban en la barra con estridentes voces.

¿Y si le digo la verdad?

-Solo quería saber cómo estabas. Aunque no te lo creas, no he dejado de pensar en ti- una mirada de sorpresa por parte de ella, una aclaración apresurada (demasiado apresurada) por parte de él-: después de todo, habíamos dicho de quedar como amigos, ¿no? No sé por qué lo he hecho ahora, pero vamos. No es tan raro.

Mentiroso.

Incluso ella parecía saber que le había colado una gran mentira.

-Ya, bueno. Pues estoy bien. Tengo novio, y eso- una pequeña sonrisa (una sonrisa poco sincera, de nuevo)-. No sé. Me hice el FP, ya sabes. Ahora estoy trabajando con mi tía. La verdad es que hay poco más que contar.

-Ya veo. Me alegro.

Supongo.

Ella miró su reloj. ¿Quién lleva reloj de muñeca hoy día? Solo llevaban media hora allí sentados, pero se apresuró a levantarse.

-Me tengo que ir. Ya quedaremos... otro día.

Él también se levantó. De repente se sintió aliviado.

-Te acompaño, yo también me voy ya.

Pasaron por la barra para que el camarero les cobrase y salieron de allí. Era primavera, uno de esos días en los que se puede llevar camiseta de manga corta sin tener frío pero tampoco hace calor. Estornudó nada más salir. Maldita alergia.

Ella se giró para encararle.

-Yo me voy por allí -señaló hacia la izquierda.

Él hacia la derecha.

El silencio se hizo incómodo y espeso.

-Bueno, a ver si volvemos a quedar si eso.

-Sí, no estaría mal.

-Me alegro de haberte visto- dijo, sonriendo. Sonriendo de verdad por primera vez en toda la tarde.

La miró un momento, su cabeza bullendo. ¿Por qué? Siempre había sido mucho de pensar demasiado las cosas, de observar todo de cerca, de lejos, desde cualquier perspectiva, antes de decidir qué hacer. La gente lo confundía. No entendía la mayor parte de las acciones de los demás, y se preguntaba continuamente qué quería decir la gente cuando decía algo. ¿Eran sinceros, había segundos significados?

Al final correspondió a la sonrisa.

-Yo también.

-¿Sabes...? La verdad es que estaba un poco nerviosa por verte. No entendía por qué me habías llamado después de tanto tiempo. Yo también había pensado en llamarte. Cuando leí a Kafka me acordé de ti- ¿Cómo yo?-. Pero no me atreví a descolgar el teléfono, ya me entiendes. Pensaba que iba a molestarte o algo. Por eso me sorprendió tanto cuando tú me llamaste a mí. No me lo esperaba.

Mientras hablaba notó cómo los músculos se destensaban, cómo el ambiente se relajaba y la incomodidad se diluía. Era asombroso. Ella siempre había sido así de sincera, diciendo todo de repente y torpemente.
Creía que había cambiado, pero aparte de las ironías, la acidez y los labios rojos, se sorprendió sintiendo una alegría inmensa al ver que seguía siendo la misma. Que lo importante seguía allí.

-Bueno, la verdad es que sentí curiosidad. No sé, pensé que no perdía nada solo por llamarte y ver cómo iban las cosas. Después de todo, estuvimos muy unidos, ¿verdad? Quiero decir...

-Lo sé, a mí también me da por pensar en esas cosas a veces. No sé, es que me da pena porque estuvimos muy unidos y de repente dejamos de hablarnos.

-Ya. Bueno. Las circunstancias mandaban.

-Lo sé. Pero da pena.

-Cierto.

Se miraron de nuevo. No estaban exactamente incómodos, pero el pasado era algo a lo que temían. Había sido bonito y eso. Pero ya lo habían superado. Los dos. Cada uno a su manera. Habían sido tres años largos, duros al principio. Y habían seguido adelante con sus vidas. Ahora estaban allí, mirándose el uno al otro. Y ya no había más que decir.

-Oye, una pregunta.

Ella lo miró, esperando.

-¿Cómo es que ahora te pintas los labios de rojo?

-Llevabas razón. Me encanta cómo me queda- dijo, encogiéndose de hombros, con una sonrisa divertida-. Tú llevas una camisa. Y blanca. ¿Quiere decir eso que yo también llevaba razón?

Se miró. El corazón le latió rápido por un momento. Como un eco. Ni siquiera se había acordado de que era ella la que le decía que podrían quedarle bien. Cuántos recuerdos de repente.

-Tal vez.

Ella volvió a mirar su reloj. Y él supo que esta vez iban a despedirse de verdad. Por suerte, ahora sí se sentía preparado.

-Vaya, en serio he de irme. Ya quedaremos- y esta vez, no parecía ser una mentira.

-Sí, ya nos llamaremos y eso. Ciao- hizo un gesto con la mano, pero se sintió torpe y desistió.

-Hasta luego.

Ella se acercó (ella, al final siempre más valiente y decidida que él) y se dieron dos besos.  Seguía oliendo a fresas. Aunque ahora también había un olor a tabaco y a menta. Había más amargura, más picardía y más experiencia. Pero seguía siendo ella. Y se alegró.

Se alejó de allí sin mirar atrás, con las manos en los bolsillos.

Ha estado bien.

Quizás, dentro de un par de años o así, volvería a llamarla. Solo por ver qué tal.

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