Bienvenidos.

Sonrisas que iluminan mundos sin saberlo.

Noches.

Aun ahora me despierto algunas veces, en mitad de la noche, con las sábanas enredadas en las piernas y un nudo trepando desde el corazón a la garganta. Aun a veces intento cerrar los ojos para volver a dormir, como si no pasara nada, como si nunca te hubiera perdido y no hubiera lección que aprender. Y me gusta encerrarme en mi pequeña burbuja, con las sábanas cubriéndome entera, rodeándome las piernas con los brazos, no queriendo dejar escapar al pasado de mi propia caja de Pandora (esa cajita que soy yo). Me gusta pensar que soy una niña, que aún no sé que los actos tienen consecuencias, que si te equivocas puedes acabar sola, con un corazón roto y mucha amargura dentro.

Aun ahora sueño contigo algunas veces. Te sueño cuando eras deslumbrante (y vaya si me deslumbraste). Me sueño cuando era otra, mucho más feliz y más brillante, con ese júbilo que solo el primer amor puede dar (que solo el primer desamor puede arrebatar). Ahora conozco las desilusiones, las idas y venidas, y ya no creo en ese amor que puede con todo, sin importar si es correspondido, sin importar las circunstancias ni las personas que empañan los sentimientos. Sin importar nada más que la pureza del amor.

Luego el sueño se convierte en pesadilla, y recuerdo el desenlace del cuento de hadas. Todas las lágrimas que me inundaron para siempre por dentro, lo oscuro que quedó el vacío que dejaste en mi pecho, lo sucio que acabó mi corazón cuando lo tiraste a la basura sin darte siquiera media vuelta para comprobar si podía seguir respirando sin él (si podía seguir adelante si te ibas así, si me dejabas atrás moribunda, si te llevabas el brillo y la felicidad contigo y para siempre).

Y esas noches de insomnio, que acaban con bolsas debajo de los ojos y un arrepentimiento que no me podré quitar jamás de encima; esas noches de insomnio te recuerdo. La música me ayuda, los cascos puestos y el espectro de tus brazos rodeándome, como si aún pudieras alcanzarme y devolverme lo que te di. Pasan las horas y nunca sé si se me han hecho muy largas o muy cortas. Y no lloro, porque ya lo hice demasiado y, además, tú me enseñaste que las lágrimas son estúpidas, que las penas van por dentro, que quien llora al final no se desahoga, solo se queda seco.

En su tiempo doliste muchísimo. Fuiste una herida que creí no ser capaz de cerrar. Y me has dejado cicatrices, aquí y allá. Aun hoy, cuando te recuerdo (cuando me recuerdo, cuando evoco a esa yo que era contigo y que me gusta tanto), me pregunto si no me hiciste demasiado daño, si es por tu culpa que yo ya no sepa amar, que huya del compromiso, que sea incapaz de sincerarme, que no pueda entregarme a nadie. Me pregunto si fuiste tú o fue la vida, puñetera hija de puta, y tú solo diste el primer paso de un camino que todos recorren y yo no pude superar.

Amanece. Pasan las horas. Escuece el alma y se desdoblan las paredes, trayendo ecos de momentos que no sé si quiero olvidar. La mañana se lleva tus sonrisas, tu olor inedintificable, tus palabras y promesas, incluso aquellas pocas que cumpliste. La luz derrite tu mirada, limpia el sabor de tus besos bajo la sombra de aquel árbol. Y para cuando quiero darme cuenta, ya no estás. ¿Estuviste alguna vez? ¿Volverás?


No hay comentarios:

Publicar un comentario