[1.]
Recuerdo que cuando le conocí pensé que podía ser el Hijo de una
Estrella. Pero no una de esas estrellas famosas, guapas y con
talento. Yo me refiero a las otras estrellas: las del cielo oscuro.
Las luciérnagas de la noche, de esas de las que vemos acaso un débil
resplandor de todo el fulgor que desprenden en la lejanía.
Yo
no lo dudé ni por un segundo.
Cuando
haces una fotografía, atrapas un momento. No puedes recoger el aire,
ni los pensamientos que revolotean en ese instante por tu cabeza. Por
supuesto, no puedes capturar los sentimientos ni los sonidos ni los
olores ni el tacto. Pero sí atrapas algo: un momento. Un momento
paralizado para siempre, eterno desde que aprietas el botón. Atrapas
un trocito de ti mismo, y quizá un día, si vuelves a encontrar ese
momento, convoques al recuerdo o, probablemente, te cuestiones por
qué la hiciste. ¿Por qué la guardaste? Y seguramente pienses en la
persona que eras entonces (alguien que ya no es tú, pero forma parte
de ti). Tal vez te alegres, quizás te entristezcas. Puede que no te
importe. Pero aquel momento será una prueba de quién eras y adónde
has llegado.
Es
importante elegir bien el momento.
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