Bienvenidos.

Sonrisas que iluminan mundos sin saberlo.

Nosotros

Sé que en algún océano flotan nuestros sueños rotos, los anhelos más profundos de nuestra alma, los deseos oscuros y secretos que guardamos en el corazón. Allí hay también unas cuantas botellas que vagan erráticas sin tierra a la que llegar, y todas esas cartas que nunca me has escrito, todos los poemas que nunca te envié se cruzan en la inmensidad hasta serena de la Nada (de todo lo que pudo ser y ya jamás será). 
Algo nos guía a encerrarnos en la misma habitación con una botella de ron en la mesa sucia y un par de vasos que no se quedarán vacíos ni al amanecer. Algo nos impulsa a sentarnos en esa esquina, con la espalda apoyada en la pared y la tensión en nuestros hombros que, ay, casi se rozan, y los brazos que casi se tocan (casi, siempre casi, como todo en nuestra relación) y nuestras manos que juguetean a acercarse y alejarse sin atreverse, sin permitirse un poco más de sinceridad. 
El silencio llena nuestras noches juntos, las cosas que callamos son, al final, las que hicieron y deshicieron esto a lo que jamás supe poner nombre. Como una madeja que se enreda entre las sábanas (y entonces sí susurramos palabras de amor, ¿recuerdas? Tu aliento en mi cuello y tu voz estremeciendo mi cuerpo aún más que tus caricias), y luego se deshace y no queda nada más que una línea que nos une, una línea frágil que miramos mientras bebemos sin hablarnos, pensando en cómo borrar lo que fuimos más incluso que en borrar lo que somos (pues al fin y al cabo no es mucho comparado con Todo lo que pudimos haber sido). 
Y cuando el Sol llegue, sé que nos iremos cada uno por nuestro lado sin habernos despedido, hasta que la deriva nos haga chocar de nuevo. Sin buscarnos, solo encontrándonos. Como siempre. 

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