Bienvenidos.

Sonrisas que iluminan mundos sin saberlo.

Hoy.

Te levantas antes que yo y quizás quieres jugar a fingir que ninguno de los dos sabemos que no he dormido (otra vez). 

Si lloro sobre la almohada tú me abrazas, tal vez esperando llevarme a tus sueños contigo (seguramente solo queriendo que respete el silencio que impone la noche y me taladra). 

Me besas en el cuello y hace cosquillas. Huele a café y a tostadas y a cariño y ganas de comernos el uno al otro por la mañana. 

A veces creo que ahogo mis penas en ti, a veces sé que si no estuvieras aquí, me habría ahogado hace mucho tiempo. 

Recuerdo la primera noche que dormimos juntos (o, más bien, la primera noche que nodormimos uno al lado del otro), y nos miramos sin vernos en la oscuridad y nos sentimos con caricias y el calor de la compañía debajo de las sábanas.

Recuerdo el sonido de tu respiración y mis latidos y el repiqueteo de las gotas contra la ventana. La sensación de estar demasiado despierta y más tranquila que nunca. 

Recuerdo que ese día me di cuenta de que te quería. 

Y de que me mordí el labio y no contesté a una pregunta que nunca llegué a escuchar. Tu "¿estás bien?", mi "eso creo". 

No sé cómo se te ocurrió esa locura. Tiempo después confesaste que era broma, que solo estabas desesperado por hacerme sonreír (y te besé entonces con las ganas que me guardé aquella noche, con la seguridad que en aquel momento me faltaba). 

No sé en realidad por qué me pareció tan buena idea, por qué me levanté y reí. Por qué estaba tan dispuesta a hacer cosas de las que nadie me creía capaz (ni siquiera yo misma). 

Es tu culpa, por tu presencia y tu sonrisa; por mis suspiros y las ganas que me entran de vivir. 

Me cogiste de la muñeca. Noté tu sorpresa iluminando la penumbra, escuché mi temeridad haciéndote sonreír.

"¿Estás loca?", preguntaste. 

"Puede", contesté. 

"Nos pondremos enfermos", dijiste, y jamás se te dio bien hacer de lógica y sentido común. 

"¿Y?", fue lo que repliqué. 

No supiste contestar. 

"Creo que es la peor idea que he tenido", suspiraste. 

"No lo creas. Lo es", sonreí. 

"¿Y por qué vamos a hacerlo entonces?", me miraste. 

Y yo supe que dependía de eso. Así que me lancé. 

"Porque los momentos legendarios no nacen de medir las consecuencias". 

Apretaste mi agarre un momento. 

Te pusiste de pie y salimos en silencio y en pijama. Y bailamos en la calle a las tres y pico de la mañana, empapados y sin música, estúpidos y felices. (Eso nos define tan bien). 

Y yo me enamoré de tus ideas, de la sonrisa, del momento, de los labios que me buscaron (y vaya si me encontraron). 

Y tú... 

Aún no sé qué viste tú en mí. 

Aunque no es que me importe. Después de todo, sigues aquí. 

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