Bienvenidos.

Sonrisas que iluminan mundos sin saberlo.

Más que a mi vida


Martes por la noche. Llueve un poco. Son las dos de la mañana y sale un tren, el último. Acaba de comprar el billete y aún no ha mirado a dónde se supone que se dirige, pero no le importa. Se sienta en su asiento, aunque podría haber escogido cualquier otro, porque el vagón está casi vacío y duda mucho que se llene. Sólo lleva una mochila de montaña que coloca a su lado. Se acomoda un poco y cierra los ojos un momento, apoyando la cabeza en la ventana. Está fría. Es invierno y su abrigo de cuero hace poco para detener la sensación de estar helándose que la acompaña desde hace días. Se estremece, pero mantiene la mandíbula tensa para no ponerse a tiritar. 

El ronroneo del tren la tranquiliza. Se va, se va lejos. Da igual dónde. Sólo espera que el viaje sea largo, porque en cuanto la sensación del ligero tirón desde el estómago le indica que la máquina se mueve empieza todo. Siempre es igual. Adora mirar el paisaje quedándose atrás para poder pensar en todo y en nada; en lo bueno, en lo malo, en lo que fue y lo que podría ser. Es lo que necesita en esos momentos, por eso lo agradece. Los recuerdos se amontonan detrás de los ojos, dibujan escenas que ya se marcharon y, aun así, pesan más que nunca. 

Ve su rostro frente al espejo. Era sábado por la mañana y acababa de levantarse, pero no era el baño de su casa, sino el de la casa de su amiga. Sus padres habían salido y era un buen plan. Todo habría sido más fácil si fueran sólo amigas. En la habitación estaba ella, aun durmiendo, con el pelo suelto echado sobre la almohada, tapada con el edredón y una sonrisa en el rostro. Desnuda y hermosa. Así que se acercó y volvió a cobijarse en el calor de la cama y se reclinó sobre ella. Besó primero su frente, después su mejilla derecha, la izquierda, la punta de la nariz, la comisura de los labios y la mandíbula, detrás de la oreja, el cuello. Su olor a menta entrando por sus fosas nasales, su tacto suave y agradable debajo de los labios. Su presencia. Y su risa, recién despierta. Sus ojos castaños, grandes y sinceros. Brillantes. La miró con esa aura y esa expresión aún aletargada, aún un poco perdida en el sueño. Feliz. Le sonrió y pasó los brazos por su cuello, acercándola a su rostro. Fue un beso tranquilo, lento, casi lánguido. Perfecto.

Pero entonces la llamaron. Su móvil vibró encima de la mesilla, la canción de ese grupo que pocos conocen sonando, rompiendo el momento. Se separó de ella casi con disgusto. Un nudo en la garganta, un regusto amargo en el paladar. Porque tal y como imaginaba era él, dándole los buenos días. "Buenos días, princesa". Y ella que sonreía extasiada y contestaba: "buenos días, mi príncipe azul". Él. Su novio. Porque ella sólo era una amiga y habría sido más fácil si no la amara pero lo hacía. Porque por eso no podía evitar caer en el juego una y otra vez. Siempre igual.

Un relámpago ilumina por un momento la escena. A lo lejos se distinguen las figuras de unos árboles y después oscuridad. El cielo ruge y ella cierra los ojos. Está cansada. No esperaba que él lo descubriese. Le duelen más sus palabras intentando disculparse. "No es importante, sólo es un juego", había dicho. Y ella lo sabe, lo lleva sabiendo desde que empezó. Pero no pudo evitarlo. ¿Cuántas oportunidades así...? El golpeteo de la lluvia contra la ventana la adormece un poco. En su mente se crea esa escena, el día que todo empezó, hacía mucho ya, en esa misma habitación.

—¿Estás segura? No creo que esto esté bien...—Intentó detenerlo, porque no quería sufrir, no quería que pasara justo lo que había pasado.

—No, calla. No lo pienses. De veras quiero hacer esto.

Y estaba desnuda encima de ella, sujetándole las manos. Su pelo caía por encima del hombro y le hacía cosquillas en la mejilla. Miraba con esa sonrisa traviesa y se acercaba. Lamía su cuello, retrocedía, volvía a besarla. Sus labios sobre sus pechos, en sus pezones, jugando. Su mirada pícara. No pudo evitar caer en la tentación.

A veces lo olvidaba. Ella la abrazaba por la espalda y apoyaba la barbilla en su hombro y lo olvidaba. Que tenía novio, que sólo era un experimento, que con otras chicas "no contaba". Pero sí, lo hacía. Y dolía volver a casa y saber que ella estaba con él, que él no sabía nada. Se sentía sucia y se lo decía. Siempre se lo decía.

—Deberíamos dejar de hacer esto.

Pero ella se sentaba enfrente, le cogía de las manos y la miraba seria. Casi dolida. Casi culpable.

—No puedo. Te juro que yo también lo he pensado muchas veces pero no puedo. Cada vez que te veo...—, agachaba la cabeza entonces y se veía un poco más rota, bastante más partida en dos—. ¿Tú puedes?
Al final acababa negando con la cabeza, un nudo en la garganta comiéndole la respiración y la vida. Se tumbaban en la cama abrazadas y se dormían así. A veces ella lloraba y no podía hacer nada, porque no tenía fuerzas para alejarse y en parte era normal. Simplemente no podían dejarlo. No era nada malo, ¿no?

Pero, oh, lo era. Sí que lo era. Porque ahora recuerda la expresión de él y lo sabe con toda esa certeza que antes no era capaz de reunir. Siempre lo pensaba. Cuando salían los tres a ver una peli o a cenar y él decía "claro que no me importa que vengas, pero si eres como de la familia", e intentaba hacerla sentir bien y no como una simple sujetavelas, entonces lo pensaba. Intercambiaba una mirada con ella y veía en sus ojos que estaba pensando en lo mismo. Que él era bueno y confiaba en ellas y la amaba mucho. Le estaban haciendo daño y eso estaba mal, claro que lo sabían. Y sin embargo no fue hasta el final que decidieron dar el paso de terminar aquella especie de vicio tóxico. Demasiado tarde ya.

Estaban en la cama aún. Ella estaba encima, de nuevo. Como siempre. Sus caderas chocaban y sus dedos juguetones la recorrían. Gimió bajo y ella sonrió pasando su lengua por su abdomen. Se irguió y la miró. Era hermosa, tan hermosa... Sus bocas chocaron en una guerra fogosa y pasional que acabó tan abruptamente como había empezado, porque la puerta se había abierto y él las miraba con los ojos como platos y aspecto perplejo. Se separaron rápidamente y él gritó. Gritó cosas horribles que consiguieron que las dos lloraran. Y entremedias las explicaciones que no explicaban nada y las suplicas y tantos "lo siento, de verdad, lo siento" que la boca se le había secado. Se vistieron como pudieron y él gritaba y preguntaba: "¿¡desde cuándo!?", e intercambiaron una sola mirada antes de que ella contestara: "unos meses".

—Pero lo siento, te lo juro, lo siento, yo te quiero a ti, esto no es nada, es sólo un juego.

El nudo en la garganta. Ella que intentó abrazarle y él que la retiró de un empujón. Dolió. Les dolió a todos.

—Por favor, por favor, escúchame, lo siento, por favor, por favor, te quiero.

Pero él la miraba implacable. Salió por la puerta y ella sólo le dedicó un momento, una mirada, unos segundos:

—Lo siento—, y parecía que a ella también le dolía decir aquello—, pero tienes que irte.

Lo entendió y aun así el golpe fue peor de lo que había previsto. Salieron juntas. Ella echó a correr detrás de él, que se alejaba a paso seguro del lugar. Antes de irse la agarró del brazo en un impulso y se lo dijo: "dile que lo siento, que esto no ha significado nada". Ella la observó un segundo antes de asentir y deshacerse de su agarre para irse. Irse para siempre.

Los vio detenerse en mitad de la tormenta, debajo de la lluvia, los dos empapados. Distinguió sus figuras recortadas en la penumbra, abrazándose. Recibió el mensaje de ella al rato: "Lo hemos arreglado. Carlos quiere que lo hablemos los tres, dice que no te culpa. Ven, por favor". A la media hora llegó el de él: "No te culpo, Marta, te lo juro. Carmen me lo ha contado todo. Sé que os queréis mucho y no quiero que esto termine así. Ven."

Son las cinco de la mañana y aún no amanece cuando el tren se para por fin. Ni siquiera sabe dónde está pero se baja. La estación está vacía a esas horas. El móvil vibra en su bolsillo, así que lo saca y mira el mensaje que ha llegado, lamentándose de no haberlo apagado antes. "Sabes que amo a Carlos. Y puede que no lo entiendas; yo tampoco lo hago. Pero te quiero, Marta. Te quiero más que a mi vida. Ven, por favor. Ven." Siente que le falta la respiración por un momento, así que echa a andar con el móvil en la mano y una presión en el pecho que no entiende del todo y acaba corriendo cuando sale de allí. Corre por todas las calles que no conoce y no sabe a dónde se dirige pero qué más da, si ella la quiere y eso es lo que siempre ha querido oír. La quiere. La quiere pero ama a Carlos y Carlos la ama a ella y son felices juntos, tan felices...

Llora. Acaba llorando sentada en un parque cualquiera mientras amanece. Está cansada y angustiada y sólo quiere olvidar y volver a levantarse con ella desnuda a su lado. Llora porque sabe que la quiere más que a nada. La ama tanto que abre la ventana de los sms y empieza a teclear una respuesta.

Se levanta al rato, con las mejillas húmedas, la mochila al hombro y demasiados recuerdos sobre la espalda. Pero tiene el móvil apagado por fin y ha tomado una decisión. Las palabras que ha enviado retumban en su cabeza mientras se encamina por la calle intentando averiguar dónde narices está, intentando encontrarse en medio de un atajo de senderos en los que se siente perdida.

El sol ha salido ya y la ciudad despierta. Duele de una forma que en realidad no hace tanto daño como habría imaginado y sabe que le queda toda una vida por delante para enamorarse de nuevo, para volver a equivocarse, para acertar. Para encontrar su sitio en el mundo sin hacer daño a los demás. Por eso ha decidido que no va a volver. Por eso Carmen ha recibido un mensaje con todo lo que tenía que decirle y jamás se atrevió a confesar.

"Yo también te quiero más que a mi vida, mi amor. Por eso no voy a volver, entiéndelo."

2 comentarios:

  1. Que buenísimo, me encanto y me dolió en serio es triste muy triste y me duele el comportamiento de la amiga que quiere a Carlos. Es una cabrona en serio, no se puede ir así jugando con los corazones de la gente. Mira yo eso de querer a dos personas a la vez no es para mí a una siempre se quiere más que a la otra. Me encanto ^^.

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    1. Sí, es triste. Pero yo creo que podrá superarlo, que empezará de nuevo y podrá ser la amiga que ella siempre quiso ser. De los dos. Yo creo que a veces hace falta sufrir para tomar una decisión, pero que a la larga acaba mereciendo la pena. :)
      Me alegra mucho que te haya gustado.
      Un beso.

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